jueves, 31 de mayo de 2012

CARLOS RESNIK

Un crack de todos los tiempos - La muerte de Carlos Resnik no debe pasar desapercibida para los amantes del fútbol. Fue la pintura de una época, el muchachito de la película de los años 50, el líder indiscutible de aquel Huracán inolvidable de mediados del siglo pasado.
Apareció una tarde de 1953 en la cancha de Racing de Trelew. Flaco, alto, rubio, de ojos claros. Tenía 25 años cuando llegó procedente de Buenos Aires y entró a escena casi misteriosamente. Cuentan que se alejó un momento de los que serían sus futuros compañeros y en un rincón de la cancha sacó el bolsito que guardaba la ropa y los zapatos para entrenar. Los botines verdosos, salpicados del césped de la canchas porteñas fue el comentario generalizado de aquella tarde. ¿Quién era ese flaco desgarbado que aparecía de la nada, que se mostraba imperturbable, que se cambiaba a un costado con aires de crack?



Cuando empezó el picado se terminaron las preguntas. Y con el primer gesto técnico pulverizó todas las dudas. Recibió el balón en el costado izquierdo de la cancha, la hizo descansar en el pecho, la durmió con el empeine de su pie izquierdo antes de que tocara el suelo y desde allí colocó un pase de cuarenta metros, delicisioso y milimétrico al pie de un compañero.



Unos pocos minutos de práctica alcanzaron para que “El Ruso” mostrara sus condiciones y empezara a escribir la historia del fantástico jugador que fue.



Carlos Resnick nació el 24 de febrero de 1928 en Villa Devoto. Su padre fue Jacobo Resnick, un ucraniano que llegó a la Argentina a comienzos del siglo pasado. Su madre María Elena Timmis , a quien Jacobo conoció en Capital Federal y de cuyo matrimonio nacieron otros tres hijos. La familia se trasladó a San Andrés, muy cerca de San Martín, por recomendación de los médicos que creían que ese era el mejor lugar para combatir el asma que afectaba al pequeño Carlos. Allí vivió una infancia plena de regocijo y de entretenimiento. Amigos, juegos y mucho potrero. Porque el potrero era el reducto donde se dirimían los duelos verbales de la semana. Allí se veía quién era bueno de verdad.



Las canchitas del Liceo Militar eran las preferidas del rusito. Las horas de la tarde resultaban pocas y las de la noche tampoco alcanzaban.



Se inició en el Club Sudamérica , luego pasó a Tres de Febrero y posteriormente se incorporó al club Alem de General Rodríguez donde debutó en primera cuando era un adolescente. Ya en esa época Resnick compartía la pasión del fútbol con su otro gran amor deportivo: el básquet.



En 1953 influenciado por su tío Ernest Timmis y seducido por el encanto misterioso de la Patagonia se radicó en Trelew. Aquí formaría su familia con su esposa Anilda y sus hijos Daniel y Marcela.



Fue aquel tío bueno y soñador el que hizo los contactos para que su sobrino se acercara al Doctor Atilio Oscar Viglione, un fanático del fútbol y presidente por entonces del club Huracán. Fue él quien lo llevó a la cancha de Racing a probarse con sus nuevos compañeros. La relación con Viglione superó lo estrictamente deportivo, nació entre ellos un lazo de profunda, sincera y entrañable amistad. Una amistad sin tuteo, construida en la base del respeto y la admiración mutua. Con Viglione como presidente y Resnick como jugador Huracán vivió su época de mayor gloria, obteniendo cuatro campeonatos consecutivos y algunos más en forma alternada. Fue la década en la que ganarle a Huracán era como sacarse la lotería . En ese equipo ganador y dominante el ruso Resnick fue el estandarte, la bandera, el estratega, el epítome del liderazgo dentro y fuera de la cancha. Huracán se movía al ritmo que imponía Resnick. Fue patrón por jerarquía, por asecendencia, por esa condición de líder que esgrimía sin ninguna mueca de soberbia. Su extraordinaria versatilidad le permitió ser figura en todos los puestos. El se sentía mas cómodo en el medio, manejando los hilos del equipo pero fue además un notable defensor y un genial delantero. Sus goles fueron casi siempre de antología y sus tremendos cabezazos terminaban sacudiendo la red rival. Durante su apogeo futbolístico Carlos Resnick fue integrante de la selección del Valle en forma indiscutible. Su presencia no merecía reparos, primero “el Ruso”, después los demás. En el final de su carrera Resnick y varios de sus compañeros de Huracán emigraron a Dolavon, para culminar su recorrido en un club recién formado llamado Deportivo Alberdi. Fueron los últimos momentos del virtuoso caballero, el final de una historia pletórica de hazañas.



Atrás había quedado la imagen imborrable del eximio jugador, del caudillo que se convirtió en el muchachito de los domingos, en el símbolo de una época romántica y maravillosa, el hombre que dibujó con su prodigiosa zurda la historia soñada por cualquier jugador.

No hay comentarios: